"...Porque escribir
es, qué duda cabe, un modo de la memoria, una forma privilegiada del recuerdo;
yo sólo sé escribir historias porque estoy buscando mi propia historia, porque
acaso escribir es la búsqueda de una historia remota que yace en lo más profundo
de nuestra memoria y a la que pertenecemos inexorablemente.
Escribir es como
una memoria anticipada, el fruto de un malestar entreverado de nostalgia, pero
no sólo nostalgia de un pasado desconocido, sino también de un futuro, de un
mañana que presentimos y en el que querríamos estar, pero que aún no conocemos,
una memoria anticipada, más fuerte aún que la nostalgia del ayer, nostalgia de
un tiempo deseado donde quisiéramos haber vivido.
La literatura es,
en verdad, la manifestación de ese malestar, de esa insatisfacción expresada de
tantas maneras como escritores existen; pero también es, sobre todo, la
expresión más maravillosa que yo conozco del deseo de una posibilidad mejor.
Para mí, escribir
es la búsqueda de esa posibilidad. Una búsqueda, sin duda. Y, a veces, hasta
feroz. Algo parecido a una incesante persecución de la presa más huidiza: uno
mismo. Esta búsqueda del reducto interior, esta desesperada esperanza de un
remoto reencuentro con nuestro «yo» más íntimo, no es sino el intento de ir más
allá de la propia vida, de estar en las otras vidas, el patético deseo de
llegar a comprender no solamente la palabra «semejante», que ya es una tarea
realmente ardua, sino entender la palabra «otro». Es el camino que un escritor
recorre, libro tras libro, página tras página, desde lo más íntimo a lo más
común y universal. Sólo así lo personal se vuelve lícito. (...)
Escribir es un
descubrimiento diario a través de la palabra, y la palabra es lo más bello que
se ha creado, es lo más importante de todo lo que tenemos los seres humanos.
La palabra es lo
que nos salva. Pero no la poseemos sin más, para utilizarla como un
instrumento; si la tenemos es porque la consagramos a la búsqueda sin fin de
una palabra distinta, no común, laboriosa y exaltadamente perseguida, pero que
tan simple, tan sencilla resulta cuando la hemos hallado. Como la
reconstrucción del instante en que alguien lloró por primera vez: un momento
doloroso y difícil. Qué extraño e insólito, qué asombroso parece, y también,
que sencillo y verdadero.
Porque todos y
cada uno de nosotros llevamos dentro una palabra, una palabra extraordinaria
que todavía no hemos logrado pronunciar. Escribir es para mí la persecución de
esa palabra mágica, de la palabra que nos ayude a alcanzar la plenitud; ella es
la cifra de mi anhelo: que esa palabra pueda llegar a alguien que la reciba
como recibiría el viento un velero en calma sorda y desolada, una palabra que
acaso le conduzca hacia la playa, una playa que a veces puede llamarse infancia
desaparecida, que puede llamarse vida, o futuro, o recuerdo. Que puede llamarse
«tú» o «yo». (...)
La palabra
«hermano», la palabra «miedo», la palabra «amor», son palabras muy simples,
pero llevan el mundo dentro de sí. No siempre es fácil, ni sencillo,
descubrirlo. Hay que intentar alcanzar el oculto resplandor de esas palabras,
de todas las palabras, o de una sola que todavía nadie oyó nunca pronunciar.
Toda mi vida ha
sido una constante búsqueda de esa palabra capaz de iluminar con su luz el país
de las maravillas que tanto nuestro mundo como, sobre todo, nuestro lenguaje
albergan, y que no siempre nosotros sabemos indagar. Porque las palabras –lo
diré, para terminar, con los versos que cierran el poema de «Alicia»–: «Invaden
un País de Maravillas... / Es como ir por un caudal corriendo, / Ligero y tan
fugaz como un destello...»
Porque «La vida,
dime: ¿es algo más que un sueño?»