“…Lo más extraordinario del
Robinson Crusoe de Defoe es que uno no se contenta con leerlo. Lo que da
fuerza y valor a esa obra es que suscita una necesidad irresistible de
reescribirla. De ahí que existan innumerables versiones. Hay en algunas
obras maestras –y por ello figuran en primera línea de la literatura
universal- una incitación a crear, un contagio del verbo creador, una
puesta en marcha del proceso inventivo de los lectores. Confieso que
para mí ésa es la cumbre del arte. Paul Valéry decía que la inspiración
no consiste en el estado en que se encuentra el poeta cuando escribe,
sino en el estado en que el poeta que escribe espera poner a su lector.
Pienso que de tal afirmación cabría hacer el fundamento de toda una
estética literaria.
Pero, ¿no equivale esto a esperar que una obra de arte posea ante todo una determinada virtud pedagógica? Montaigne decía que enseñar a un niño no es llenar un vacío sino encender un fuego. Creo que no se podría pedir más. En cuanto a mí, lo que he ganado es cierta llama que veo a veces brillar en los ojos de mis jóvenes lectores, la presencia de una fuente viva de luz y de calor que se instala de ahora en adelante en un niño, encendida por la virtud de mi libro. Recompensa rara ésta, y que no tiene precio, a todos los esfuerzos, a todas las soledades, a todos los malentendidos”.
Pero, ¿no equivale esto a esperar que una obra de arte posea ante todo una determinada virtud pedagógica? Montaigne decía que enseñar a un niño no es llenar un vacío sino encender un fuego. Creo que no se podría pedir más. En cuanto a mí, lo que he ganado es cierta llama que veo a veces brillar en los ojos de mis jóvenes lectores, la presencia de una fuente viva de luz y de calor que se instala de ahora en adelante en un niño, encendida por la virtud de mi libro. Recompensa rara ésta, y que no tiene precio, a todos los esfuerzos, a todas las soledades, a todos los malentendidos”.
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